Tirititrán, tran, tran
Tirititrán, tran, tran
Tiritrán, tran, trero, ¡¡¡ aaa…ay!!!
Tirititrán, tirititrán...
Con esos versos o «tercios de salida” arrancan algunos palos o cantes flamencos cuyo nombre copia esta entrada, en prosa y sin música.
Cádiz es una tierra que me gusta una «jartá» -que se dice por aquí abajo- porque tiene cantidá de cosas güenas: güena comía, güena bebía, güen paisaje y güen paisanaje… y «alegrías de vivir», algo difícil de explicar y que hay que ver para entenderlo, aunque podría resumirse como buen rollo, buen ambiente y disposición para ser y hacer feliz al personal con poco más, que no es poco en los tiempos que corren…
Entre el buen paisaje que se puede disfrutar en Cádiz, yo resaltaría «Los Alcornocales», unos pedazos de naturaleza monumental que rebosan esa majestuosidad y hermosura que, de vez en cuando, paran a los homosapiens como diciéndoles: «¿Pero… te has fijao bien? ¿Has visto lo que te rodea, o es que el bosque no te deja ver los árboles…?” Y entre el buen paisanaje tengo que resaltar a mi amigo Arturo, libelulero admirable y conocedor de múltiples rincones -reliquias, diría yo- en esos trozos del Paraíso que hay en «Los Alcornocales». Con él he ido ya unas cuantas veces por aquellos parajes y en todas he tenido la alegría de ver algún bichejo que desconocía, casi reliquias, también, porque algunos de ellos son criaturas en estado vulnerable, amenazados por la moderna civilización de los homosapiens que han limitado sus biotopos a reductos de acceso difícil, que parecen reservados para el disfrute de personas que saben apreciar la esencia, el néctar de la naturaleza. Arturo es una de esas personas.
Macho de Gomphus graslinii, en espera de un estiramiento de sus cercoides ocultos
(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)
Como ya comenté en una entrada lejana sobre “Los Gomphus”, quizás por su exigencia de naturaleza limpia de ruidos, humos y miasmas, una de esas criaturas amenazadas es la Gomphus graslinii (Rambur, 1842), una libélula de tamaño hermoso, aunque no llegue a estar entre las «grandes» de tamaño, pero sí entre las que podrían catalogarse como con más «estilo», con más belleza en las marcas o dibujos de su «librea» y más elegancia en sus formas y proporciones. Sin duda, es un subidón -que se dice últimamente- ver volar de cerca una de estas criaturas y seguir su evolución esperando que se pose en algún sitio cercano. Y una enorme alegría, si eso ocurre, llegar cerca de ella después de algunos tropezones con zarzas o pedruscos fuera de atención, por tener la vista fija y la mente absorta en la escena de un bisho poco acostumbrado a intrusos que se le aproximen con pasos que pretenden ser sigilosos.
Hembra de Gomphus graslinii, mostrando sus ojos separados
En muchas especies de odonatos, parece que las hembras esperaran unas condiciones o circunstancias de galanteo, mientras los machos vuelan o patrullan como si estuvieran vigilando o manteniendo su territorio libre de competidores, con una táctica similar a la que siguen muchas otras especies del reino animal. Es relativamente frecuente ver más machos que hembras, sea porque aquellos pretenden hacer patente su presencia mostrando su superioridad sobre otros, o porque las hembras se reservaran sabiendo que no faltarán candidatos aspirantes cuando ellas decidan hacer sus «llamadas feromónicas«. Por eso, suele ser mayor la alegría cuando el macro deja ver que se ha tenido la suerte de coincidir, en el tiempo y en el espacio, con la protagonista de uno de esos encuentros que pronto acaban en un enlace o un enganche que, visto con ojos románticos, tiene forma de corazón, aunque no deja de ser una presa bestial con unos cercoides enganchados en las cervicales, si se recuerda la anatomía de cualquier vertebrado.
La precisión de un enganche rodeando unos ojos
El momento de mayor alegría -para el fotógrafo, claro- es cuando la pareja enlazada se deja ver y fotografiar a una distancia razonable. La duración del enlace varía de unas especies a otras y, mientras en algunos casos no va más allá de 10 segundos, en otras especies se prolonga varios minutos, manteniéndose el enlace incluso para cambiar de posadero, lo que fuerza a la pareja a volar en tándem con un extraño batido de alas cuyo sonido parece confirmar que las condiciones aerodinámicas van muy forzadas.
Unos ojos colgados de unas hojas
En tales casos, los vuelos son cortos y la pareja suele dejarse caer en algún posadero -percha, dicen algunos- donde parecen quedar más colgados que posantes, pero esas son sus posturas y lo que ha dado de sí su evolución en más de 250 millones de años, según dicen algunos expertos en fósiles del Cámbrico al Pérmico.