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El abejorro del vuelo

Posted by Pele Camacho en 23 noviembre, 2011

En nuestras latitudes hay, al menos, dos abejorros de aspecto parecido: uno es el abejorro común, Bombus terrestris (Linnaeus, 1758), muy peludo, con bandas amarillas y blancas en tórax y abdomen, y unas alas no muy grandes, con tonos ambarinos casi transparentes; el otro es el abejorro carpintero, Xylocopa violacea (Linnaeus, 1758), menos peludo y casi totalmente negro, salvo sus alas de reflejos azulados o violáceos y el dorso de su lomo, a veces, amarillo por el polen que lleva después de rebozarse en centenares de flores… ambos tienen un tamaño similar, vuelan con la misma habilidad y son magníficos polinizadores, algo digno de agradecer.

El abejorro común, el peludo Bombus terrestris (Linnaeus, 1758)

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

Al observar el fantástico vuelo de las libélulas, parafraseando un dicho castizo alguien podría decir que “con buenas alas bien se vuela«… probablemente sí, pero no es menos cierto que con alas «algo peores» no se vuela peor, y si no, que se lo pregunten a tantos como se han maravillado con el vuelo de los abejorros, tanto o más que con el vuelo de las libélulas, como dice esa malentendida paradoja etiquetada como mito de el vuelo del abejorro, un vuelo cuya rapidez y zumbidos imitan con virtuosismo los intérpretes de una famosa melodía que alguien mal-tradujo como «El vuelo del moscardón», colando a un bisho con mucha menos gracia y mucho más malaje que el abejorro.

 El abejorro carpintero, el violáceo y menos peludo Xylocopa violacea(Linnaeus, 1758)

Parece que el origen del famoso mito surgió porque el abejorro vuela tan bien, tan bien, que un sesudo profesor alemán, allá por 1930, tuvo la ocurrencia de aplicarle los conocimientos de la aerodinámica de entonces, y viendo que no le salían las cuentas, remató el intento en una frase con retintín que decía, más o menos, “… según los principios de la aerodinámica, el abejorro no podría volar…”.  Pero el asunto no quedó así, porque la comunidad científica entendió el reto del profesor -recogió el guante- y reintentó durante muchos años, aunque sin éxito, encontrar una explicación con base científica que justificara ese vuelo incomprensible, como broma chusca de un bishejo que, desconociendo las leyes de la aerodinámica, pero conociendo instintivamente algo que los homosapiens desconocen, vuela de forma maravillosa.

Una vista poco aerodinámica del abejorro Xylocopa violacea

Cuando se observan sus “frágiles” alas delanteras -casi el doble de grandes que las traseras- frecuentemente desgarradas de tanto batir, la impresión que dan es que su vuelo dará poco de sí al intentar tirar de ese cuerpo, desproporcionadamente gordo, con las cortas alas que le ha dado la naturaleza, y además, los abejorros son peludos, rechonchos, cabezoncetes… en fin, tienen una pinta poco atlética o acrobática, si se asocian esos conceptos a las pintas de homosapiens con objetivos de velocidad en sus vidas, probablemente con piel lisa, a veces, depilada o afeitada, enjutos o enjutas, de aspecto consumido, casi canijos o canijas… para correr y competir por ahí con pocos contravientos; pero con los abejorros no cuentan esos detalles y van zumbando «a pelo».

Un abejorro volando y polinizando flores de un cardo de arzolla Carduncellus monspelliensium 

Entonces, ¿cuál es la clave del vuelo de los abejorros…?  Pues, como apunté brevemente en la entrada anterior, la cosa tiene enjundia y hubo que esperar hasta el siglo XXI para que, de forma incomprensible para inexpertos en aerodinámica, unos investigadores americanos resumieran el «comecocos» aerodinámico diciendo que la gracia está en los remolinos o turbulencias que las pequeñas alas crean con su movimiento veloz, acompasado y complejo, batiendo a velocidades del orden de 150 movimientos por segundo, accionadas de forma indirecta por unos conjuntos de músculos longitudinales y transversales cuya función no consiste en mover las alas, sino en contraer y dilatar el tórax que soporta las alas… algo difícil de imaginar y, mucho más, de entender. Pero vuelan, ¡vaya que sí vuelan!

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