Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

Archive for febrero 2011

Néctares de bellotas

Posted by Pele Camacho en 26 febrero, 2011

Aunque la bellota sea un fruto de sobra conocido, posiblemente, no lo son tanto algunas de las definiciones que en Botánica se dan acerca de ella, por ejemplo, que es un fruto denominado “glande o aquenio policarpelar de gran tamaño y pericarpio coriáceo…”; otro tanto ocurre con esa especie de copa áspera en la que está como encajada mientras crece y que forma parte casi inseparable de la imagen que se recuerda de cualquier bellota, aunque su nombre cambia con la geografía, pues los paisanos la llaman cascabito, cascabullo, cascabillo… siendo su nombre botánico “cúpula acrescente”, porque crece con la bellota a la que nutre y protege mientras madura. La cúpula es el resultado de la evolución del cáliz o corola de la miniflor de la que nace la bellota, y ambas están unidas hasta que el proceso de maduración culmina con el cascabito vacío por el desprendimiento de la bellota.  Había un acertijo o adivinanza de aquellas que acuñaban en la cultura de antaño, que decía así:

“No me mires, que te entiendo.
De lo que me pides, tengo.
Pídele a otra que no tenga,
que cuando yo no tenga, te daré”

¿Adivinas quién decía y quién miraba?  Al final de esta entrada, te daré la solución.

Bellota de coscoja –Quercus coccifera-, madurando encajada en su cascabito o cúpula acrescente

Los árboles que producen bellotas, los Quercus, ya parecen anunciar que sus frutos no van a ser muy jugosos: el tamaño y aspecto leñoso de encinas, quejigos y alcornoques o las hojas pinchosas de chaparros y coscojas no son, precisamente, para hacerse ilusiones; en efecto, a simple vista, cuando se observa la bellota no parece que allí haya mucho que chupar, pero ya se sabe que “A buen hambre no hay pan duro” y, cuando en el campo quedan pocas flores, los bichejos saben encontrar recursos alternativos, quizás, incluso, manjares deleitosos para ellos.  En tiempos pasados, a falta de almendras, parece que con bellotas y miel se hizo una especie de turrón y, por supuesto, moliendo bellotas se obtuvo una harina para hacer panecillos o una pulpa para hacer gachas.

El pericarpio coriáceo de la bellota, o sea, la cáscara de aspecto brillante e impermeable que envuelve a la semilla, en el extremo cubierto por el cascabito tiene un círculo poroso por el que entran los líquidos que hacen crecer la bellota y que manarán sin freno ni destino si durante el proceso de crecimiento se desprende la bellota del cascabito, provocando una especie de “saviorragia”, un flujo de líquido nutritivo, un imprevisto manantial como de néctar, una delicia en entornos de escasez…

Hipparchia fidia, (Linnaeus, 1767) libando a tope en un manantial como de néctar de bellota

¿Cómo detectó la Hipparchia fidia, (Linnaeus, 1767) de la foto aquel incitante chorro de néctar nutritivo?  No lo sé, pero la vi venir de lejos y precipitarse directa hacía el manantial, sin revoloteos, como si lo conociera de antes, lo que me hizo pensar en la posible memoria de las mariposas para recordar lugares y eventos, porque si las mariposas tienen cerebro, seguramente, también tendrán memoria. En cuanto al cascabito, lenta debió ser la cicatrización de su herida y severa fue, sin duda, la pérdida del líquido nutriente que, aunque no fuera néctar, a la Hipparchia debió de resultarle parecido, a tenor del embeleso que mostró mientras lo libaba con fruición; una semana después de hacer la foto pasé por allí y observé que la rama que soportaba el cascabito estaba medio seca en unos 15cm.

A la vista de todo ese jugo dispuesto por el árbol para convertirse en bellota, con el “metabolismo” vegetal que corresponda y las pérdidas que tenga el proceso, parece lógico pensar que la porosidad del cascabito leñoso sea una de las vías por las que resude parte del líquido nutriente para mantener el grado de frescura que requiere el tallo que alimenta la bellota y, también, de forma directa e indirecta, mantener a algún que otro bichejo: de esos jugos se nutren algunos pulgones, huéspedes habituales de los Quercus.

Neozephyrus quercus ibericus, (Staudinger, 1901), libando sobre un cascabito de encina –Quercus ilex-

Las Neozephyrus quercus (Linnaeus, 1758), antes Quercusia quercus, suelen nutrirse de las secreciones de los pulgones que parasitan a sus plantas nutricias, y lo mismo hace la subespecie Neozephyrus quercus ibericus (Staudinger, 1901), más pálida que la especie nominal. Se afanan y liban en los recovecos de los cascabitos que dejan los pulgones que les regalan un manjar casi invisible e inimaginable a los humanos que no observen como se busca la vida una pequeña mariposa, que apenas se aleja del alcornoque o encina donde nació porque allí tiene todo lo que necesita en su corta vida.

Apuntando a la solución del acertijo:  Sus scrofa,  tres rayones, aunque alguno ya apunta a bermejo

Hay escenas que apuntan al otoño y, algunas de ellas, apuntan a bellotas. Parece como si las bellotas tuvieran un encanto especial que no acierto a describir; tal vez, su extraña perfección geométrica, su ocurrencia como si fueran frutos fuera de temporada, el recuerdo de escapadas al campo con amiguetes de la infancia, sacudiendo pedradas a alguna encina que echaba las bellotas mejores, bellotas asadas en las ascuas de la chimenea de mis abuelos… una mezcla enmarañada de gratos recuerdos lejanos, con sabores casi de “pata negra”.

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Rojo y gualdas

Posted by Pele Camacho en 19 febrero, 2011

El rojo es un color que abunda en los odonatos.  Hay varias especies cuyos machos tienen un intenso color rojo que les hace destacar entre los colores del entorno donde se mueven. De todos ellos, quizás, el más notable es el macho de Crocothemis erythraea (Brullé, 1832) que, con un abdomen ancho y una envergadura que se acerca a los 45mm, luce un rojo intenso y vivo, extenso “de cabo a rabo”, es decir, de cabeza a patas y cercoides anales.  Como si fueran conscientes de su tamaño, suelen tener un vuelo “suficiente”, agresivo, rápido… como muy seguro de sus capacidades. Para darles un toque aún más atractivo, en la parte posterior de sus ojos resalta una fina línea azul clarita, que contrasta agradablemente con los rojos circundantes, y en la base de sus alas hialinas tienen unas transparencias azafranadas no muy extensas, pero suficientes para ser visibles a simple vista y para darles nombre: «crocus» es el nombre latino del azafrán que, en griego latinizado, fue «crocos»; lo de “themis”, como en las otras especies de odonatos con ese mismo sufijo que ya comenté, es la evocación del equilibrio en el aire de las libélulas, del signo Libra, de la balanza de dos brazos símbolo de una diosa de la Justicia… en fin, un animal precioso hasta en el nombre.  Los angloparlantes les llaman “scarlet”, escarlata, un nombre bien puesto, tan bello como su color.

Rojo a tope,  un macho maduro de Crocothemis erythraea  (Brullé, 1832)

Como en otras especies de odonatos, las hembras de Crocothemis tienen colores más discretos, marcando diferencia con sus machos en un dimorfismo sexual que sería casi increíble si no lo demostraran con sus rápidos tándems amorosos, que ejecutan en vuelo con una maestría asombrosa y que, en su combinación de colores, recuerdan los ”rojo y gualda de la enseña nacional”.  Si yo tuviera que ponerles un nombre vernáculo y celtibérico, posiblemente, les llamaría “españolas”, por evocación y porque sí.

«Gualdas» en evolución, amarillos en una hembra adulta de de Crocothemis erythraea

Lo de “gualda” es un color que, mayormente, los hispanos asociamos al amarillo de nuestra bandera, pero antes que el de la bandera,  “gualda” era, como-todo-el-mundo-sabe, el nombre vernáculo de la Reseda luteola, una planta silvestre de la que, al parecer, se sacaban tintes amarillos antes de que la síntesis química arrasara las costumbres ancestrales… De suyo, luteola, como el adjetivo lúteo, viene del latín «luteus», que significaba amarillo, y es una raíz latina que se aplica a muchas palabras y conceptos relacionados al amarillo, por ejemplo, la “mácula lútea” que aloja la fóvea con la que distinguimos los colores.  El amarillo de nuestra bandera, sin tonos ni detalles, se definió allá por tiempos de Carlos III, a finales del siglo XVIII, pero en lo de “gualda” me “pieldo”, o sea, que no sé a quién se le ocurrió…

«Gualdas pálidos»,  en una hembra jovencita de Crocothemis erythraea

Pero, sabido es, el color de los odonatos es algo cambiante, normalmente, más en ellos que en ellas, que también.  Los “gualdas” de las hembras de Crocothemis son unos amarillos que, de jovencitas, como en tantas otras libélulas, son pálidos, unos tonos marfileños que,  poco a poco, evolucionan a medida que sus cutículas se tintan con los pigmentos que generan en su hipodermis y van oscureciéndose, de forma que, cuando pasan a ser Crocothemis muy maduras y veteranas, cuando en castizo se dice que “saben latín”, parece que aumentara su belleza;  sus colores son más intensos, sus ojos más azules, y después de tanto sol veraniego parecen haberse bronceado y su color cuticular pasa a ser un amarillo tostado, un color indefinido que habría que identificar por alguna referencia del catálogo Pantone, para no confundir.

La culminación de los «gualdas», amarillos oscuros en una hembra veterana de Crocothemis erythraea

De manera inconfundible, a simple vista, lo que desde jovencitas permite identificar a cualquier hembra de Crocothemis y distinguirlas de otra hembra de libélula que pudiera parecérsele, es su prominente lámina o apéndice vulvar, casi perpendicular al segmento S9 donde acaban.  En castizo, se podría decir también que las hembras de Crocothemis, son unas hembras “de bandera”.

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Piquitos

Posted by Pele Camacho en 12 febrero, 2011

Si las Calopteryx  (Leach, 1815) destacan dentro del orden de Odonatos por lo excepcional de sus alas, por sus colores y destellos por encima de la media, las Gonepteryx  (Leach, 1815) lo hacen en el orden de Lepidópteros por su simplicidad cromática, por la ausencia de los múltiples colores que suelen ser habituales en las alas de las mariposas.  Sin embargo, más que por esa particular sobriedad en los colores de sus alas  -las pteryx-, en su nombre incorporan el prefijo “gone” para referirse a su forma: gone, en griego clásico, es “ángulo” -el “gono” de los polígonos- y en este género de mariposas, el ángulo es esa especie de “piquito” que tienen en cada una de sus alas, un detalle que las distingue de la mayoría de las mariposas que tienen las alas con un perfil de bordes redondeados, sin discontinuidades bruscas, sin ángulos…


Hembra de Gonepteryx rhamni:  «… y el verdeee, veeerde limóooon…»

En la península ibérica se encuentran dos especies: la Gonepteryx rhamni (Linnaeus, 1758), con nombre derivado del genero Rhamnus de sus plantas nutricias,  y la Gonepteryx cleopatra (Linnaeus, 1767), que aunque tiene las mismas plantas nutricias que su congénere, fue denominada, caprichosamente, con el nombre de la bella reina cuya vida y muerte han inspirado a famosos artistas y glamourosas actrices, además de al naturalista sueco que, originalmente, clasificó a las dos dentro de un macrogénero al que llamó Papilio.


Macho de Gonepteryx rhamni,  transparentando el  amarillo-azufre de sus alas delanteras

Son mariposas hermosotas, por encima del tamaño medio de los lepidópteros, con un vuelo relativamente suave y lento que facilita la observación de su elegante belleza; sus potentes aletazos causan sensación, destacan en los campos y son fáciles de recordar y, todo sea dicho, también fáciles de confundir.  La Gonepteryx rhamni típica tiene los piquitos más sobresalientes, más picudos, y unos colores amarillos que en muchos individuos son verdosos desvaídos, de los que derivan los nombres vernáculos que responden a su aspecto: “limonera” y “brimstone” –azufre- , pero la dispersión de colores es amplia y variable según las regiones donde se localiza.


Hembra de Gonepteryx cleopatra,  amarillita ella y algo “piquichata”

La Gonepteryx cleopatra tiene los piquitos más achatados, aunque a veces puede confundirse con algunas rhamni de piquitos moderados, que las hay…  No tienen un nombre vernáculo creíble, pues aunque los libros más conocidos le asignen el nombre de la mítica faraona también como vernáculo, cuesta imaginar a los paisanos poniéndole un nombre tan culto y cursi. Las hembras cleopatra suelen tener colores amarillos más bien pálidos, frente a los verdosos típicos de las hembras rhamni, pero los matices pueden ser tan sutiles que, algunas veces, mejor no hacer apuestas…


Macho de Gonepteryx cleopatra,  rebosando de amarillo anaranjado

El color de los machos cleopatra es, quizás, uno de los identificadores más fiables: el anverso de sus alas delanteras tiene un color amarillo anaranjado intenso y extenso, particularmente visible cuando vuelan, porque tanto las rhamni como las cleopatra posan siempre con las alas juntas, casi apretadas, y solo pueden apreciarse esos colores intensos por las transparencias o «descoloques» que permitan sus poses que, dicho sea de paso, parecen aprovechar casi siempre para ejercitar la espiritrompa y dar unos chupetones de néctar; con esos cuerpazos, no les queda más remedio que ser y ejercer de muy golosas…

Por cierto, aunque suenen parecido, Astérix y  Gonepteryx no tienen ninguna relación, así que el famoso cómic “Astérix y Cleopatra” tampoco tiene nada que ver con las mariposas, salvo lo de la faraona, claro…

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Con bajos rojos

Posted by Pele Camacho en 6 febrero, 2011

La etimología del nombre Calopteryx (Leach, 1815) hace referencia a la belleza de las alas de un género del que solo existen tres especies en España. Comparadas con las de otras libélulas, tanto zigópteras como anisópteras, sus alas son relativamente grandes con respecto al cuerpo,  algo ovaladas y presentan bandas anchas con coloraciones intensas que, en algún caso, llegan a cubrir toda la extensión de las alas.  El nombre popular transpirenaico es “demoiselles”, «señoritas«, todo un honor a su estilo y belleza.  Les faltó añadir lo de «beautiful»

Macho maduro de  Calopteryx haemorrhoidalis,  con sus largas y pinchosas patitas

La  Calopteryx haemorrhoidalis (Vander Linden, 1825) es una especie con marcado dimorfismo sexual: los machos tienen una coloración casi negra, con tonos verdosos metálicos y granates que se clarifican de forma destacable en la parte ventral de los segmentos S8 a S10, al final de su abdomen. Como en otras Calopteryx, las alas de los machos carecen de pterostigmas, presentan una densa venación y, en esta especie, una coloración bastante oscura de tono achocolatado, salvo una pequeña zona hialina clara en la base, que se observa también en la zona apical de las alas de los individuos jóvenes.  Las hembras son bastante más claras, con zonas verdosas y cobrizas en la parte dorsal  del abdomen y pardo-claras en tórax y zona ventral abdomen; las alas tienen aspecto hialino de tono ahumado, con una franja  de tono más intenso en los extremos de las alas, donde se observan unos pseudoterostigmas blanquecinos, al borde de la zona apical donde acaba la franja oscura.

Hembra de Calopteryx haemorrhoidalis, con tonos cobrizos y patitas tan pinchosas como en los machos

Pierre Léonard Vander Linden (1797-1831) – no Van  der, separado-, entomólogo belga, de cuya corta vida no he podido saber mucho más,  debió considerar -a saber por qué-  que lo más destacable del aspecto de esta especie era el color rojizo que los machos maduros tienen en la parte ventral de los segmentos abdominales S8 a S10, donde se encuentra la región anal, es decir, lo que algunos castizos suelen llamar «los bajos«.   A partir de ahí, la asociación de ideas era facilona, para darles un nombre muy poco estético con matices hemorrágicos y hemoglobínicos, impropios de  los hemolínficos que, por naturaleza, le corresponden.  El nombre popular que le pusieron a la especie fue “Copper demoiselles”, por los reflejos cobrizos que se observan en sus hembras, más que por los rojizos de los machos, como se ha dicho y es patente.

Macho maduro de Calopteryx haemorrhoidalis,  en una pose típica con alas semiabiertas

Al igual que otras especies de Calopteryx, parece como si fueran conscientes de la belleza de sus alas y gustaran presumir de ellas, tanto en su vuelo característico, casi «mariposil», con sensaciones estroboscópicas, como en sus poses, donde suelen levantar y separar sus dos pares de alas. Al parecer, es parte de sus ceremoniales de cortejo y atracción del sexo opuesto. Les gustan las aguas limpias y corrientes, típicas de arroyos donde la contaminación aún es escasa.  Por unos arroyos del norte de la provincia de Málaga estaban estas cobrizas, allá por el mes de Junio.

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