Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

Mirando al Sol

Posted by Pele Camacho en 18 septiembre, 2019

Mirar al Sol puede ser tolerable, molesto, irritante y hasta cegador, según cómo y cuánto se le mire. Quizás la forma más suave de mirarlo es al borde de los crepúsculos, poco después de amanecer o poco antes de atardecer.

Orto, amanecer, alba, aurora son nombres equivalentes pero algo más imprecisos que crepúsculo matutino, definido como el intervalo que transcurre desde que el  Sol está 18º por debajo del horizonte y la claridad acaba con la noche, hasta que el limbo o contorno del disco solar aparece por el horizonte iniciando el día. En el solsticio de verano, el 21 de Junio, el crepúsculo viene a durar casi dos horas, mientras que en el solsticio de invierno, el 21 de Diciembre, dura unos 90 minutos. Además de la hora, el Sol cambia cada día su punto de salida: solamente en los equinoccios -20 de Marzo en primavera y 23 de septiembre en otoño- sale el Sol por el Este, con un azimut de 90º respecto al Norte, pero desde el solsticio de verano en el que empieza a salir con un azimut de unos 58º, hasta el solsticio de invierno en el que sale con un azimut de casi 120º, el Sol sale cada día en un punto diferente de un arco de casi 60º cuyo punto medio está en el Este. Sabiendo cuándo y dónde saldrá el Sol, podremos prepararnos para mirarlo, si las nubes y otros fenómenos no lo impiden.

Amanecer tras las nubes

Cuando la luz del Sol se ve al amanecer a  través de la bruma o la densa niebla gris que algunos días cubre el horizonte marino, los colores que se traslucen por los resquicios de las nubes parecen anunciar que algo fuerte arde por allí detrás.

Amanecer entre nubes

Si las nubes del horizonte no son muy densas actúan como un filtro y dejan ver el disco solar, más o menos amarillo o anaranjado, con un aspecto inocente, como si aquello no fuera un enorme globo de hidrógeno y helio con un diámetro 110 veces mayor que el diámetro de la Tierra y una temperatura que, en la parte exterior del globo gaseoso supera los 5000ºC aunque en el interior del globo supera los 15 millones de grados, como consecuencia de las fusiones termonucleares que ocurren de manera continua fusionando átomos de hidrógeno en átomos de helio: el Sol, dicho de manera muy simplista, es una especie de gigantesca bomba termonuclear en proceso continuo. Aquello está de la Tierra a unos 150 millones de Kilómetros, pero la energía que genera es algo tan descomunal que, después de tardar algo más de ocho minutos en llegar a nosotros, lo hace con la fuerza suficiente para permitir que la vida vegetal y animal se mantengan en la Tierra: si el Sol se apagara de pronto, el frío y el hambre pondrían punto final a todo lo que conocemos, en una larga noche oscura que no sería de muchísimas horas… porque dependemos totalmente del Sol.

Amanecer sin nubes con limbo de Sol

Cuando el horizonte está casi sin nubes, el crepúsculo se rompe bruscamente y un limbo de Sol  casi cegador rompe la línea del horizonte; en pocos segundos el segmento es de un tamaño y con un brillo que la vista no puede soportar, a menos que se busque una pantalla, un obstáculo que oculte aquella tromba de luz. La óptica de las cámaras juega con aquellas luces y las convierte en  estrellas de más o menos rayos, según el diafragma de la lente y otros parámetros con los que se capte la escena.

Estrella en el agujero del peñón

Las cámaras permiten ajustar la luminosidad de la escena, saturando más o menos los destellos del sol y las sombras de los objetos que los semiocultan: en pocos minutos el Sol rebasa los límites de ciertas barreras y las fotos del Sol pasan a ser una especie de todo o nada, jugando con los contraluces.

Las cámaras son capaces de aguantar sin quejarse un cara a cara directo, mirando al Sol con atrevimiento; la foto puede ser más o menos espectacular o tener una claridad que anula los detalles de todo lo que estaba siendo iluminado. En esas escenas conviene recordar aquellos versos sobre “las siete y media” de “La venganza de Don Mendo“,  cuidando los ojos del fotógrafo y la cámara, yendo poco a poco y sin pasarse,  porque:

“… si te pasas, ¡ay si te pasas! … si te pasas es peor…”

Te juegas el sensor y la cámara, también en el ocaso

Y con el ocaso, atardecer, anochecer, arrebol  o crepúsculo vespertino, tenemos algo similar al matutino, con otras cifras y horas casi opuestas que indican cuándo y dónde termina el viaje del carro de Helios, del dios Sol, hermano de Selene -la Luna- y de Eos -la Aurora-, que fue como imaginaron los antiguos griegos estas cosas del firmamento: sin TV, sin internet y sin tantas otras cosas para pasar el tiempo, muchos de ellos lo pasaron imaginando dioses, diosas y descendientes cuyas aventuras terminaron asociando a estrellas y constelaciones con nombres que hoy nos recuerdan aquella cultura tan prolífica.

 Nubes lenticulares con tonos de arrebol

Las fotos de las puestas de Sol son muy similares a las de sus salidas; la hora y la orientación de las escenas no las hace ser muy  diferentes pero, en algunos días, el color rojizo de las nubes que aparecen les da esos tonos de arrebol, palabra de belleza similar a la de alba y aurora, que cada vez se usan menos, vaya usté a saber por qué.

2 respuestas to “Mirando al Sol”

  1. ¡Qué bien escribes y con cuánto sentimiento, amigo Pele!
    Un abrazo.

  2. Hola, Juan
    Cuando los bichillos y las hierbecillas no dan mucho juego, siempre queda mirar -con precacaución- al que las ilumina y les da el calor que mantiene sus gracias.
    Salud y buenas maduraciones otoñales por ese Jardín mundani
    Un abrazo

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