Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

Archive for octubre 2011

Megabishos

Posted by Pele Camacho en 29 octubre, 2011

Las avispas son unos insectos fascinantes, con llamativos colores, cinturas espectaculares y temidos aguijones que no suelen utilizar si no se las molesta, porque las avispas no están en el mundo para “picar”, aunque muchos homosapiens parecen creerlo así: se asustan, las asustan y, finalmente, les pican. A mí me encanta ver a las avispas que en verano se acercan “a comer contigo” y el manoteo que provocan en la mayoría de comensales…

La denominación avispa abarca un amplio grupo de insectos himenópteros, “de alas membranosas”, algo pequeñas en relación al tamaño y peso de sus cuerpos, haciendo que la explicación de sus vuelos fuera un misterio hasta el año 2001, cuando un “avispado” investigador (*) acabó con aquel reto científico que, poco más o menos, se resumía en “… según las leyes de la Física, los himenópteros no pueden volar…”.  Parece que ya está claro qué leyes se desconocían o se aplicaban mal, porque lo que se dice “volar”, los himenópteros vuelan de maravilla.

(*)  Michael Dickinson,  «Solving the Mystery of Insect Flight» ,    Scientific American,  June 17, 2001

 Un vuelo impresionante, despegando sin carreras y sin problemas

(Picar -sin aguijón- en las imágenes para verlas con más resolución)

Dentro de ese vasto grupo de avispas está la superfamilia Vespoidea, o de los véspidos, y dentro de ella está la familia Scoliidae, o de los escólidos, compuesta por unas 300 especies, algunas de ellas agrupadas en el género Megascolia al que los angloparlantes llaman de las mammoth wasp o avispas mamut nombres que ya dan una idea de “qué número calzan”, o sea, que también hay “megas” en el mundo de las avispas, que hay “mega-avispas”, vamos…

Cinco centímetros de avispa: hembra de Megascolia maculata flavifrons

Por aquí abajo, al menos, hay dos especies muy parecidas: Megascolia maculata flavifrons (Drury, 1773) y Megascolia bidens (Linnaeus, 1767).  La más abundante es la maculata flavifrons, la que suele asustar por nuestras latitudes: si ya se tiene un cierto respeto por la avispa tradicional, la Polistes dominula, con una modesta envergadura de 2 cm, cuando se ve aparecer “OVNIs” de casi 5 cm. pues, a veces, merodean en grupos de tres o cuatro individuos, no es de extrañar que algunos vecinos llamen alarmados al primer servicio de Seguridad que se les ocurre.  Sin embargo, son tan pacíficas como cualquier otra avispa, y en caso de “picar”, por lo que dicen, no es más dolorosa que las normales, en femenino, porque las que pican son las hembras, las que tienen máscara amarilla y “cuernos” negros y cortos.

Antenas largas y negras: macho de Megascolia maculata flavifrons

Es fácil identificar a las maculata flavifrons: tienen antenas negras, más largas en los machos que en las hembras, más guapetonas y hermosotas, aunque gastan una máscara amarilla que les da aspecto feroz, si es que no lo tiene la cabeza negra con largos “cuernos” de los machos, que no pican, pero que muerden con sus enormes mandíbulas capaces de “arrancar el cacho”. Pero esa tampoco es su costumbre.

  Antenas anaranjadas y cortas: hembra de Magascolia bidens

También es fácil identificar a la Megascolia bidens por sus antenas anaranjadas, pues en lo demás es bastante parecida a su parienta maculata, en tamaño y costumbres: ambas especies son avispas solitarias, es decir, no hacen panales como sus pequeñas parientas Polistes. Su costumbre de cría es peculiar: las hembras inyectan sus huevos fecundados en las “mega-larvas” de los “mega-escarabajos” Oryctes nasicornis (Linnaeus, 1758), el escarabajo rinoceronte, larvas que las Megascolias buscan con avidez porque es la forma de asegurar que las pequeñas larvas de “mega-avispas” tengan sustento cuando eclosionen dentro del cuerpo de la mega-larva “huésped”.

El escarabajo rinoceronte, Oryctes nasicornis

La larva del escarabajo suele superar los ocho centímetros de longitud y su instinto de conservación la hace encogerse intentando proteger las partes ventrales de su cuerpo, pero de poco le sirve el intento, pues la primera faena de la avispa es paralizarla con su aguijón, pocos segundos antes de inyectar el huevo fecundado del que eclosionará la larva de una futura Megascolia.  Mega-espeluznante…

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Fuscas

Posted by Pele Camacho en 24 octubre, 2011

Las borrascas de final de Octubre, probablemente, pondrán cierre a la campaña libelulera de este año. Poco a poco fueron desapareciendo las especies de por aquí, acostumbradas ellas a calores y luces que el otoño se ha ido llevando; ya solo quedan vestigios de las últimas que hubo, recuerdos de algunas en el disco duro y, de algunas menos, en las neuronas. Pero en la naturaleza siempre hay excepciones…

Entre las más raritas de este año -en los sitios a los que suelo ir- está la Sympecma fusca (Vander Linden, 1820), la única especie de un género no menos raro –Sympecma (Burmeister, 1839)– con solo dos especies de las que solo ésta aparece por el sur y centro de Europa. Sympecma significa “alas estrechas”, con relación a las alas más anchas de las Lestes, que componen la familia Lestidae con las Sympecmas. Entre las peculiaridades de las Sympecmas está el hecho -exclusivo entre los odonatos europeos- de pasar el invierno en estado adulto, mimetizadas entre los vegetales cercanos a sus lugares habituales, esperando que llegue la primavera para iniciar el ciclo reproductivo de una nueva generación. Los británicos la llaman Common Winter damselfly y a su parienta ausente y lejana Siberian Winter damselfly, lo que da una idea de hasta cuando se las ve y hasta donde revolotean.

    Macho de Sympecma fusca, balaceándose sobre un junco

(Picar sobre las imágenes para verlas con más resolución)

El día que las vi, a principios de Agosto, cerca del PN Despeñaperros, aparecieron y desaparecieron más bien temprano -antes de las 10:30- como si se hubieran escapado de su entorno y volvieran pronto a donde, supuestamente, estarían algunas más de su colonia. Estaban solo dos y en pareja, macho y hembra, como viviendo una feliz aventura, cerca una de la otra en el rato en que las vi revolotear cerca de mí, amigables, confiadas y fotogénicas, aunque no tan “glamourosas” como la mayoría de las libélulas y caballitos que suelen presumir de pruinas céreas y brillos metálicos.

Hembra de Sympecma fusca, en un junco cercano al de su pareja

Machos y hembras se parecen bastante; es difícil saber a simple vista cual es cual, porque casi la única diferencia en una vista dorsal son los apéndices anales que usan como “Pinzas” específicas para realizar los característicos enganches odonateros. Por lo demás, son muy parecidas las distribuciones de sus manchas de colores pardos en unas cutículas de color algo más claro, predominando los tonos oscuros que dieron origen a su nombre, porque eso es lo que significa “fusca”: oscura, apagada, con pocos reflejos, aunque vistas de cerca, por la gracia del macro se ven unos brillos que apenas se perciben al natural.

Flor de Ophrys fusca, la «abejera», mostrando su labelo oscuro

Pero “fusca”, fosca, hosca… oscura no es, ni mucho menos, sinónimo de triste o feo y, para demostrarlo, en el mundo vegetal cercano hay joyitas que aparecen por aquí abajo incluso en días de Enero y Febrero, cuando apenas nada vuela ni florece, como anunciando con alegría la promesa de una inmediata primavera: son las Ophrys fusca, unas orquídeas que apenas se elevan más de 15 cm. del suelo donde nacen, mostrando su oscuro y variable labelo que, según algunos, recuerda el abdomen de las abejas y, según otros, llega a producir unas fragancias que atraen a las abejas.

Planta de Ophrys fusca, con la disposición típica de flores y capullos

Las llaman “abejeras”, porque en su proceso de polinización necesitan la cooperación de las abejas que, en esas combinadas y complejas coincidencias de ciclos vitales, son atraídas por las flores para provocar que el insecto arrastre los polinios de una flor pegados a su cuerpo y llevados a los estigmas de otras para realizar una polinización que difícilmente tendría lugar sin la acción de esos maravillosos insectos.

Dicen que Einstein dijo: “Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres«.  Por si acaso, vendría muy bien que los homosapiens fueran mucho más conscientes de ello y que los intereses privados, de especuladores  o de multinacionales nunca prevalecieran sobre los naturales y nacionales, por ejemplo…

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Aficiones

Posted by Pele Camacho en 17 octubre, 2011

Mucho de lo poco que sé de la Sympetrum sinaiticum  (Dumont,1977) lo he aprendido leyendo algunos artículos de Reinhard Jödicke, Managing Editor, hasta hace unos meses, de la publicación de la Worldwide Dragonfly Association.  Algo de ese conocimiento lo puse en la entrada “Sympetrum sinaiticum: un nombre inseguro”, pero hay un corto escrito de la citada publicación, en Enero 2001, donde Jödicke resumía su interés y afición particular por esa especie.  La traducción del breve artículo podría ser algo así:

“Mi libélula favorita es la Sympetrum sinaiticum. Usted puede decir que es, simplemente, una Sympetrum, y es verdad, PERO para mí tiene algo muy especial que la hace más hermosa. ¿Puede usted imaginarse el caso de un odonatólogo europeo que recoge libélulas en Europa y que, durante dos largas semanas, tiene una que no consigue identificar?  Eso me ocurrió recientemente en un viaje que hice a España. Aunque llevaba un microscopio y todas las claves de identificación al uso, el problema siguió rondándome hasta que me vino la idea de que podría ser una subespecie de la afroasiática Sympetrum decoloratum.

   Macho de Sympetrum sinaiticum,  vista por la banda de estribor

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

 La siguiente sorpresa fue cuando visité el museo de Bruselas y comparé mis muestras españolas con las que hay en la colección de libélulas de Selys: ¡no había ninguna parecida!  Así que inicié una investigación profunda en el material del museo y la literatura que pudiera ayudarme a aclarar las características taxonómicas y de nomenclatura de un grupo diferente del género Sympetrum, en el que todos los taxones son bastante parecidos. Una de aquellas especies era mi Sympetrum sinaiticum.  Estudié en museos muestras procedentes del norte de África, noroeste de Arabia y España, estudié las exuvias, la fenología, los hábitats y el comportamiento reproductivo.

Para confundir: Macho de Sympetrum striolatum,  manchas difusas laterales en S2 y S3, y puntos dorsales en S8 y S9

Quizás, mi aportación a la sinaiticum hubiera sido tan corta como mi viaje a España si no hubiese tenido la oportunidad de estudiar las libélulas de Túnez. En ese fascinante país, la sinaiticum está concentrada en el borde norte del Sáhara, donde redescubrí la población en el famoso oasis de Tozeur, al que hice unas pocas visitas de un día, pero suficientes para tener la evidencia de una interesante estacionalidad: la emergencia ocurre al inicio de Mayo y la oviposición a principios de Octubre, pero continuando hasta Marzo. Así, la sinaiticum tiene una larga vida como adulto en el norte de África. Sobrevive el largo y cálido verano en una estivación que dura unos seis meses, en el desierto, lejos de los oasis

Macho de Sympetrum sinaiticum:  manchas nítidas laterales en S2 y S3, pero sin puntos dorsales en S8 y S9

 Es una locura, pero estoy deseando volver a ver esta libélula en España.  Es Octubre, un buen momento para volver al sur de España y hacer unas cuantas fotos de este hermoso insecto. Tengo que ir a buscar los billetes de avión”

Y así terminaba Jödicke ese corto relato que describe una afición rayana en la pasión.

Recientemente, he sido testigo de una afición similar:  Hace apenas un mes, un buen amigo odonatero me dijo que tenía un colega inglés que estaba deseando ver a las sinaiticums, al tiempo que me preguntaba si no tenía inconveniente y si estaba dispuesto acompañarle para que les hiciera unas cuantas fotos.  Como suele ser interesante pasar una mañana con un apasionado de estos bishos, dije que “Yesof course”.  Y a las dos horas ya tenía un e-mail de Richard anunciándome su viaje a Spain y dándome “Thanks a lot” por acceder a llevarle al sitio de las sinaiticums.  Una semana después quedé con Richard en un estratégico “meeting point” y fuimos al “point of interest”.  Allí estaban unas cuantas sinaiticums, haciendo múltiples cabriolas y posando alguna vez en los juncales, como fruta madura del tiempo de otoño que para ellas es tan «cálido» como para otras lo es la primavera.

  Parejita de aquel día, con el machito acaparando “primer plano”

Algunas de las fotos de esta entrada fueron de aquel día y las otras de la semana siguiente.  Tanto Richard como yo nos quedamos con las ganas de hacer una foto de una hembra aislada, pero estaban muy requeridas por los machos que pululaban por doquier, las enganchaban con sus “Pinzas” y las acogotaban para ovipositar en la charca, salvo escasas y extrañas paradas en aterrizajes forzosos.

La foto menos mala de una hembra de  Sympetrum sinaiticum  que sus machos me dejaron este año

Richard tiene 73 años pero, dice la sabiduría popular,  «No nos llamemos a engaños, porque una cosa es la edad y otra cosa son los años«; Richard se mueve con pasos de felino, como un “zorro plateado”, hace casi todas sus fotos con la ayuda de un trípode ligero y consigue muy buenas fotos.  Me ha llamado la atención la costumbre que tienen los ingleses de usar, preferentemente, los nombres vernáculos de las especies en lugar de los latinos; eso da lugar a «paréntesis de incomunicación», porque la pronunciación de un nombre latino con acento inglés o del vernáculo inglés en «andalinglish» provoca silencios embarazosos… pero eso es, también, parte de un safari fotero diferente y divertido.

En fin, que en esto de las libes, como en casi todos los rollos que dan sabor a la vida, cada cual tiene sus manías, pero la sinaiticum, por razones peculiares, ha sido y es pieza favorita y manía de más de dos aficionados a los bishos… ¡Vaya que sí!

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Pinzas

Posted by Pele Camacho en 10 octubre, 2011

El sistema reproductor de los machos de odonatos es tan exclusivo que no existe nada parecido en el reino animal: aunque la ubicación de la genitalia primaria al final del abdomen es similar al de la mayoría de insectos,  la situación casi al principio del abdomen de la genitalia secundaria  -la operativa en el acoplamiento- hace que el tándem tan característico de los odonatos  sea también exclusivo y sorprendente.

  Macho de Trithemis annulata mostrando sus atributos

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

Tras unos orígenes que se remontan a 250 millones de años, no se conoce un proceso evolutivo de los odonatos que explique ese extraordinario detalle anatómico de la genitalia secundaria y las consecuencias de su función en los acoplamientos, realizados con la ayuda de otros elementos de su anatomía que no son parte activa en la reproducción: los apéndices anales o pinzas con las que los machos sujetan la cabeza de las hembras de libélulas o el protórax de las hembras de caballitos.  Es de suponer que las formas de los apéndices son también resultados de ese desconocido proceso evolutivo de las especies originales en las que, al no haber genitalia secundaria, tampoco habría unos apéndices adaptados a la función que desarrollan en las especies que conocemos.

    Macho de Anax ephippiger,  ejercitando sus apéndices anales

En los machos de anisópteros, o libélulas, existen dos apéndices anales superiores o cercoides y uno inferior, cerco o lámina supraanal, situado detrás del poro genital que corresponde a la genitalia primaria, situada en el segmento 9, anterior al segmento 10 del que salen los apéndices anales. La forma de los apéndices es casi específica:  Selys, el padre de la Odonatología moderna, describe en su libro “Monographie des libellulides d’Europe” que los apéndices pueden ser  “ lanceolés, pointus, arrondis, cylindriques, coniques, contournés, filiformes, tuberculés, dentelés, fourchus, ciliés, hérissés, glabres, courts, allongés , semi-circulaires, etc.”  Tillyard,  en su magnífico libro “The biology of dragonflies”, sin entrar en más detalles, dice que la diversidad de formas es inmensa y que, salvo en un par de excepciones genéricas, las especies pueden ser identificadas de manera inconfundible por la forma de los apéndices que, además, al servir como elementos de acoplamiento preciso en la precópula, hacen que la hibridación sea muy rara entre diferentes especies de odonatos.

Apéndices superiores presionando en el occipucio de una hembra de Sympetrum fonscolombii

La forma en que los machos sujetan la cabeza de las hembras es casi inimaginable por la precisión que implica un evento que, normalmente, se realiza en pleno vuelo de los dos protagonistas. Considerando la probable dificultad o incapacidad del macho para dirigir visualmente la acción de los apéndices, hay que admitir como cierto que son las hembras las que, después de aceptar al macho, acercan sus ojos y su cabeza a los apéndices que van a sujetarla: los dos apéndices superiores o cercoides se sitúan detrás de la cabeza, en el occipucio, y presionan hacia delante en la hendidura que tiene la cabeza sobre el cuello que la une al tórax.

Vista trasera de la cabeza de una hembra de Sympetrum fonscolombii

La pinza se completa con el apéndice inferior, o cerco, que se sitúa por la parte delantera, entre los ojos, presionando hacia atrás en sentido opuesto a como lo hacen los apéndices superiores, al tiempo que los segmentos finales del abdomen del macho, aprovechando su carácter invertebrado,  se curvan casi 180º de manera inverosímil, causando una aprensión casi dolorosa en cualquier vertebrado homosapiens que observe el ejercicio…

El apéndice inferior del macho, presionando entre los ojos de un hembra de Anax ephippiger

Imagino que no es fácil hacer una estadística de los ojos de hembras que pueden resultar dañados en el intento, pero en eso, supongo, reside el éxito del supuesto proceso evolutivo y, además, los ojos compuestos de las libélulas, quizás, se pueden permitir el dispendio de perder la visión de una pequeña fracción de sus omatidios, como refería Philip Corbet, otro gurú de la Odonatología moderna, en su libro “A biology of dragonflies”, en un dibujo ilustrativo que copié en la entrada que titulé “La pequeña sirena”.

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Afortunadas

Posted by Pele Camacho en 3 octubre, 2011

Las islas. Y las isleñas. Y afortunados los isleños que pueden fotografiar algunas insulares que no es posible ver en tierras peninsulares.

En este caso libelulero, el afortunado isleño es mi hermano, “canarión” de adopción y aficionado a bishos y yerbas, de los que allí hay bastantes que envidia dan a los que habitan en tierras de celtíberos, godos y vikingos. Más amigo él de los “clicks” de su cámara que de los del teclado, no le ha importado que suba a sus afortunadas paisanas al aire de estas nubes internáuticas, honor fotográfico del que me siento afortunado, pero cediéndome todos las obligaciones de la prosa que las acompañe.  Vale, hermano…

La arteriosa, un macho híbrido de rojos, negros y violetas, con la marca de  las Trithemis

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

La primera del par es la Trithemis arteriosa (Burmeister, 1839), una especie de amplia distribución en todo el continente africano e incluso en parte del Oriente Medio. No es extraño, por tanto, que su estatus haya sido incluido en el Libro rojo de especies amenazadas de la UICN con la categoría ”LC”, de Least Concern, es decir, que se las apaña bien y sobrevive sin problemas, como sus primas de por aquí, la Trithemis annulata y la Trithemis kirbyi, todas ellas con un extraordinario parecido.

    El macho de Arteriosa, con las venas tan rojas como sus primas celtibéricas

¿Cabe esperar que dentro de unos años vuelen por la península? Pues viendo el historial de distribución geográfica de sus primas, yo diría que probablemente sí: a la Trithemis annulata se la vió por primera vez en España en 1978  y en 1994 ya había subido a Francia y la Trithemis kirbyi fue vista por primera vez en Málaga en 2007, siendo notable su capacidad de difusión y adaptación a nuevos territorios, pues ya se la ve en provincias limítrofes y en algunas más allá. Todo dependerá, supongo, de los vientos que soplen y de otros flujos migratorios contra vientos y mareas…

  Ischnura sahariensis, macho, con su específico torax verdoso y vientre amarillento

El segundo par corresponde a la Ischnura sahariensis (Aguesse, 1958) que, por las fechas de su ficha, fue un descubrimiento relativamente reciente, un zigóptero parecidísimo a las especies más conocidas en la península, las Ischnura graellsii, elegans y pumilio,  pero con matices suficientes para diferenciar a este endemismo de Sahara y las Islas afortunadas donde, al parecer, es la única especie del suborden de zigópteros. Si ya tenemos tres especies en la península, no me extrañaría que algún día se tenga también por aquí a esta prima “canariona”, pero vista su escasa distribución, cabe pensar que es algo delicada y poco propensa a mudanzas.

Macho de sahariensis, con toda la esbeltez y dificultad fotográfica del género Ischnura

Las Ischnuras requieren un especial sobreesfuerzo de búsqueda: son especies difíciles de ver por su pequeño tamaño y por la discreción de su vuelo silencioso y suave, y no menos difíciles de fotografiar, pues suelen buscar casi la sombra, en zonas encharcadas, lo que en muchos casos lleva a aquello de “el que quiera peces, que se moje…”, pues más o menos lo mismo, empezando por las botas y los pantalones.

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