Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

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Apuntando al otoño

Posted by Pele Camacho en 10 septiembre, 2012

Aparece siempre a finales de Agosto, como anunciando el fin de las calores del verano, cuando todo está “agostado” y colorean los chumbos. Dicen por la interné que la llaman “flor de la estrella”,  pero no conozco a nadie que la conozca, porque es rara y se deja ver en sitios y momentos en los que no apetece mucho ir al campo. Su nombre científico es Lapiedra martinezii (Lagasca, 1816),  en honor de Dª María Josefa La Piedra, o de la Piedra, gaditana aficionada a la botánica, donde sobresalió entre las pocas mujeres que por entonces se dedicaban a la ciencia en un país muy poco científico.

Lapiedra martinezii (Lagasca, 1816), un endemismo mediterráneo que canta el fin del verano

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

El nombre de la Lapiedra martinezii se lo adjudicó el botánico zaragozano Mariano Lagasca (1773-1839), que fue director del Real Jardín Botánico de Madrid desde 1814 hasta 1823, cuando se exiló por obra y gracia del absolutismo impuesto por Fernando VII, una desgracia nacional que algunos bautizaron como “el rey felón”. Después de la muerte del felón  en 1833, volvió Don Mariano del exilio y en 1834 fue repuesto en su cargo de director del Botánico, hasta su muerte en 1839. Otros dieron el apellido de este honorable Don Mariano a una calle de Madrid que empieza muy cerca del Parque del Retiro y del Jardín Botánico,  donde también una estatua lo recuerda.

«La flor estrella» crece sola, sin competencia, una belleza «incomparable»

El género Lapiedra es monotípico y monoespecífico, es decir, solo tiene una especie. La especie es, lógicamente, la martinezii, que en latín quiere decir “de Martínez”, porque María Josefa “Lapiedra de Martínez” era la esposa de Juan Antonio Martínez Eguílaz, un riojano establecido en Sanlucar de Barrameda donde promovió la agricultura y la vid. Quizás, pues, la manzanilla de Sanlucar le deba algo a ese riojano recordado, también,  en esa flor. Las flores surgen de un tallo esbelto de unos 15 cm. o poco más, que crece sin más hojas ni soporte que el bulbo enterrado del que nace. Más tarde salen unas hojas como cintas verdes con una línea blanca,  a mediados de Septiembre, cuando ya las flores y sus frutos han desaparecido, apenas tres semanas después de abrir.

Tamaños relativos: un pequeño himenóptero de apenas 5 mm. en una «estrella» de poco más de 25…

Suelo ir a ver cómo evolucionan “las estrellas” y me sorprende ver el éxito en la fecundación de las flores. Quizás se deba a la longitud y disposición de sus estambres y a la forma y amplitud de las anteras bífidas que, por alguna razón, atraen a pequeños bishos, como diminutos himenópteros, que se rebozan en polen y, posiblemente, dejan caer parte en los estigmas de las flores que suelen terminar en un fruto con forma de capsula verde de casi un centímetro de grosor.

Un racimo de «estrellas» a medio abrir

Solo las he visto en un lugar, apenas una hectárea de terreno con abundantes rocas en semisombra, donde sorprende ver a este endemismo mediterráneo de secano que, según dicen, solo florece desde Cádiz a Valencia y en el norte de África. Cuando broten sus hojas verdes empezará el otoño, donde parece que otros prometidos “brotes verdes” seguirán sin salir, impedidos por los recortes y las felonías de otro régimen “absoluto”. La historia se repite en el país poco científico.

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Fuscas

Posted by Pele Camacho en 24 octubre, 2011

Las borrascas de final de Octubre, probablemente, pondrán cierre a la campaña libelulera de este año. Poco a poco fueron desapareciendo las especies de por aquí, acostumbradas ellas a calores y luces que el otoño se ha ido llevando; ya solo quedan vestigios de las últimas que hubo, recuerdos de algunas en el disco duro y, de algunas menos, en las neuronas. Pero en la naturaleza siempre hay excepciones…

Entre las más raritas de este año -en los sitios a los que suelo ir- está la Sympecma fusca (Vander Linden, 1820), la única especie de un género no menos raro –Sympecma (Burmeister, 1839)– con solo dos especies de las que solo ésta aparece por el sur y centro de Europa. Sympecma significa “alas estrechas”, con relación a las alas más anchas de las Lestes, que componen la familia Lestidae con las Sympecmas. Entre las peculiaridades de las Sympecmas está el hecho -exclusivo entre los odonatos europeos- de pasar el invierno en estado adulto, mimetizadas entre los vegetales cercanos a sus lugares habituales, esperando que llegue la primavera para iniciar el ciclo reproductivo de una nueva generación. Los británicos la llaman Common Winter damselfly y a su parienta ausente y lejana Siberian Winter damselfly, lo que da una idea de hasta cuando se las ve y hasta donde revolotean.

    Macho de Sympecma fusca, balaceándose sobre un junco

(Picar sobre las imágenes para verlas con más resolución)

El día que las vi, a principios de Agosto, cerca del PN Despeñaperros, aparecieron y desaparecieron más bien temprano -antes de las 10:30- como si se hubieran escapado de su entorno y volvieran pronto a donde, supuestamente, estarían algunas más de su colonia. Estaban solo dos y en pareja, macho y hembra, como viviendo una feliz aventura, cerca una de la otra en el rato en que las vi revolotear cerca de mí, amigables, confiadas y fotogénicas, aunque no tan “glamourosas” como la mayoría de las libélulas y caballitos que suelen presumir de pruinas céreas y brillos metálicos.

Hembra de Sympecma fusca, en un junco cercano al de su pareja

Machos y hembras se parecen bastante; es difícil saber a simple vista cual es cual, porque casi la única diferencia en una vista dorsal son los apéndices anales que usan como “Pinzas” específicas para realizar los característicos enganches odonateros. Por lo demás, son muy parecidas las distribuciones de sus manchas de colores pardos en unas cutículas de color algo más claro, predominando los tonos oscuros que dieron origen a su nombre, porque eso es lo que significa “fusca”: oscura, apagada, con pocos reflejos, aunque vistas de cerca, por la gracia del macro se ven unos brillos que apenas se perciben al natural.

Flor de Ophrys fusca, la «abejera», mostrando su labelo oscuro

Pero “fusca”, fosca, hosca… oscura no es, ni mucho menos, sinónimo de triste o feo y, para demostrarlo, en el mundo vegetal cercano hay joyitas que aparecen por aquí abajo incluso en días de Enero y Febrero, cuando apenas nada vuela ni florece, como anunciando con alegría la promesa de una inmediata primavera: son las Ophrys fusca, unas orquídeas que apenas se elevan más de 15 cm. del suelo donde nacen, mostrando su oscuro y variable labelo que, según algunos, recuerda el abdomen de las abejas y, según otros, llega a producir unas fragancias que atraen a las abejas.

Planta de Ophrys fusca, con la disposición típica de flores y capullos

Las llaman “abejeras”, porque en su proceso de polinización necesitan la cooperación de las abejas que, en esas combinadas y complejas coincidencias de ciclos vitales, son atraídas por las flores para provocar que el insecto arrastre los polinios de una flor pegados a su cuerpo y llevados a los estigmas de otras para realizar una polinización que difícilmente tendría lugar sin la acción de esos maravillosos insectos.

Dicen que Einstein dijo: “Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres«.  Por si acaso, vendría muy bien que los homosapiens fueran mucho más conscientes de ello y que los intereses privados, de especuladores  o de multinacionales nunca prevalecieran sobre los naturales y nacionales, por ejemplo…

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