Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

Archive for julio 2011

Popotitos

Posted by Pele Camacho en 28 julio, 2011

Para los rockeros de los 70’s,   «Popotitos»  fue una canción que enganchó, quizás tanto por su nombre como por su ritmo, figurando en el repertorio de famosos rockeros celtibéricos e hispanoamericanos.  La protagonista, Popotitos, tenía unas piernas flacas  -unas patitas, vamos- como un par de palillitos o carricitos en la letra del cancionero americano, y la canción salía de la gracia de aquellas piernas bailonas.

Como si de una Popotitos se tratara, todos los nombres de la Platycnemis latipes (Rambur, 1842) cantan o hacen referencia a sus patitas blancas, incluso los nombres populares o vernáculos: Caballito patiblanco, en castellano, Pale White-legged Damselfly o White featherleg en inglés,  Agrion blanchâtre en francés, Weiße Federlibelle en alemán… vienen a fijarse y coincidir en las patitas apuntando especialmente a su color casi blanco, cosa lógica, porque no es frecuente el color blanco -casi blanco- en las libélulas, ni tampoco la forma de las tibias o pantorrillas del 2º y 3er par de patas, lanceoladas y anchas -pues eso es lo que significa Platycnemis, tibias o pantorrillas anchas- , además, están erizadas de abundantes espinas que les dan aspecto de plumas  -¿?-, según indican esos nombres que les pusieron los que tal cosa imaginaron. Sin duda, las patitas de las Platycnemis tienen un encanto, una personalidad especial…


Macho de Platycnemis latipes (Rambur, 1842), al solecito

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

Como todos los zigópteros, en general, las Platycnemis son muy esbeltas, aunque tal vez su delgado abdomen y su longitud de unos 35 mm., algo por encima de la media de zigópteros, le dan un aspecto peculiar. Les gusta posar al solecito y, aunque su cuerpo no tiene zonas brillantes, su color blanco mate, como de cerámica, refleja la luz de forma tal que hace difícil conseguir buenas fotos de ellas, porque los blancos suelen salir “saturados”, que equivale a decir “quemados”, o con falta de las escasas tonalidades azuladas que se aprecian  en el  exoesqueleto de los machos, a tono con el color de sus ojos.


Hembra de Platycnemis latipes, con tonos anaranjados que indican su madurez

Las hembras de Platycnemis son algo menos esbeltas que los machos, un pelín más feúchas que ellos -diría yo- blanquecinas, pero con unos tonos terroso-anaranjados que aumentan a medida que van madurando y poniéndose más guapas, diría yo, también.


  ¿Cuál de los dos cooperó en mayor grado para que el enganche fuera exitoso?

En cuanto a sus comportamientos en pareja, las Platycnemis no desmerecen de otros odonatos y tienen esa increíble capacidad de agarrarse en vuelo, ya sea por habilidad, o puntería, de los machos al abrir y cerrar sus elementos de agarre –apéndices anales o cercoides– o de las hembras, a las que supongo, tal vez, más mérito en la precisión del agarre, ya que sus ojos quedan mucho más cerca de la zona del enganche, y por tanto, de posicionar o acercar  su pronoto -protuberancia tras el cogote- de forma que los cercoides del macho acierten en su intento de enganche “a ciegas”.


 Una fase intermedia de colocación, iniciada por el macho, que permite ver la forma de las pantorrillas

Después de hacer ese simpático numerito con figura de corazón, es típico verlas en tándem a la hora de hacer las puestas, quedando el macho erguido mientras sujeta por el pronoto  a la hembra ponedora, que sumerge en el agua el extremo de su abdomen mientras oviposita u ovoposita, pero de esas escenas aún no he conseguido una foto medio-presentable…


 Fase final,  corazoncito a media luz  (¡Flashes no, por favor!)

Tanto ovopositar como ovipositar deben ser palabras bárbaras –barbarismos– que la RAE desconoce o desprecia, y que los bárbaros entomólogos usan a su aire, con poco miramiento, como ovopositor u ovipositor, los supuestos órganos con los que se llevan a cabo las correspondientes acciones de puesta de huevos.  Algún día, posiblemente, sabremos cual es la más adecuada para escribirla sin que el corrector ortográfico nos la subraye de rojo, pero mientras tanto, no debemos ponernos rojos porque pasen cosas así…

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Con cuatro pares de patas

Posted by Pele Camacho en 25 julio, 2011

Continuando el hilo de la entrada anterior -tejida alrededor de las bruennichi– en ésta se pega la hebra con sus dos «primas» hispanas, las trifasciata y las lobata,  todas ellas con muchos aspectos y detalles en común, por ejemplo, no es raro ver a las Argiopes  en una posición en la que sus patas parecen estar agrupadas en pares próximos; también es fácil ver que les falte alguna pata, como si estuvieran “ligeramente cojas”.  El par de apéndices más corto que sale en la parte frontal del cefalotórax de las arañas son los quelíceros,  donde tienen las glándulas venenosas, y el par más largo es el de los pedipalpos, que en muchas especies de arañas son parte activa en el apareamiento; en total, seis pares de apéndices articulados, pero solo cuatro pares de patas.

Argiope trifasciata (Forskoel, 1775),  «ligeramente coja», mostrando la protuberancia de sus hileras

El tamaño de las telarañas de Argiopes, a veces, llega a ser casi de un metro  y la protagonista  se suele colocar en ellas cabeza abajo y permanecer quieta, impertérrita, aunque el fotógrafo se aproxime a distancias que raramente permitiría cualquier otro invertebrado; esa quietud se transforma en rapidez cuando a través de los hilos de la red recibe la vibración que anuncia que un incauto ha caído enredado en la telaraña.

Argiope lobata (Pallas, 1772),   Vista ventral de una lobata y sus hileras, junto al dorsal de un “lobato

En las vistas ventrales de cualquier hembra de Argiopes destaca en su casi esférico abdomen -llamado opistosoma–  el excepcional tamaño de sus hileras, capaces de generar múltiples hebras de seda con flujo suficiente para inmovilizar en pocos segundos a presas de un tamaño similar al de la araña, remarcando el género del artículo en su concordancia con el sexo de la  protagonista tejedora y apresadora.

Vista dorsal de una Argiope lobata, mostrando la protuberancia de los lóbulos origen de su nombre 

En todas las especies de Argiopes, el tamaño de los machos es casi ridículo comparado con el de las hembras: se podría decir de ellos que son como arañas-alfeñiques, raramente activos y casi siempre haciendo espera  y viviendo del cuento, a cuenta de su papel en la continuidad de la especie.

Una superweb,  una lobata,  un lobato y un intruso cubierto,  descubierto por otro

Y para cerrar, ahí queda una escena fotera donde la lobata protagonista parece estar a punto de quitarle el sombrero al impertinente fotógrafo que suscribe; el autor  de la foto, mi amigo Javier.

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Ojos brillantes y cuerpo a rayas

Posted by Pele Camacho en 18 julio, 2011

Hace unos días hice un safari  -fotográfico, se entiende- con unos amigos, y como siempre que se sale al campo, sobre todo si es algún sitio nuevo, es fácil ver algunas especies desconocidas o poco frecuentes, y esta vez, en un espacio relativamente pequeño, en apenas 20 metros de zarzales frondosos, pudimos ver todas las integrantes de una espectacular familia o género de unas arañas muy llamativas: las Argiopes.

Hembra adulta de  Argiope bruennichi (Scopoli, 1772)

Argiope  -un nombre que suena a griego, pero del que poco he podido averiguar- parece que significa “Ojos brillantes” y, aunque no haya podido comprobarlo, el apelativo está relacionado al fondo de ojo de estas arañas: allí tienen una película denominada tapetum lucidum, de la que algo comenté en la entrada «Jugando con el espectro».  Su efecto se puede observar al mirar de cerca  a los ojos de algún animal más amigable, como un perro, por ejemplo, y admirar el brillo traslúcido, casi especular, de unos ojos donde podemos ver reflejada nuestra imagen en esa capa que la naturaleza ha concedido a ciertos animales, para que en ella se refleje la escasa luz de alguna escena y refuerce su efecto en la retina que, situada delante del tapetum lucidum  e iluminada doblemente por efecto de la luz incidente y la reflejada en el tapetum, les permite ver lo que otros animales y sus retinas no llegan a captar en condiciones de luz débil, por carecer de tapetum.  Sorprendente y admirable…

Dejando aparte toda la fisiología, casi magia, que pueda haber en los ojos de unos animales cuyo tamaño y aspecto nos hace mirarlos con un mínimo de aprensión y distancia, su carácter tranquilo en las circunstancias que requieren su forma de vida y nutrición, permite hacerles unas fotos para el recuerdo.

Unas cuantas vueltas, con unas cuantas hebras y… 

Quizás la más abundante por aquí abajo, en Andalucía, sea la Argiope bruennichi (Scopoli, 1772) , alias «araña tigre» o «araña avispa«, según la imaginación del espectador.  La he visto en varios sitios, siempre en zarzas, donde tiende la red de su extensa telaraña de unos 20 cm. o más, en la que ella se coloca y permanece quieta, esperando la llegada de algún bichejo volador que, enredado en las fibras pegajosas de la “web”, transmitirá su ubicación a la tejedora que acudirá presta a rematar la faena, dejando al animalejo liado y recubierto de múltiples hebras que la araña genera mientras lo voltea con sus patas hasta inmovilizarlo completamente.

... y  «envuelto para regalo»

Lo que maravilla  es que la araña, con sus patas erizadas de pequeñas espinas, no rompa la red en sus desplazamientos ni se enrede como sus víctimas mientras las deja como “envuelto para regalo”… ¿por qué no?.

Pareja de bruennichis,  ELLA trabaja mientras él mira y espera…

El macho, como en alguna que otra especie y circunstancias, es un ser menor que permanece como en un segundo plano difícil de enfocar ante la personalidad de la protagonista. Dicen que suele estar esperando al momento oportuno de algún cambio de exosqueleto del sexo fuerte, para cumplir el papelito que le dejó la naturaleza, aunque parece que incluso en esas circunstancias de sexo fuerte debilitado, es fácil que muera en el intento.

Dejamos para otro día unas cuantas escenas con unas primas de las bruennichi.

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Respirando amor

Posted by Pele Camacho en 11 julio, 2011

Nunca había visto a las Gonepteryx con las alas abiertas un tiempo suficiente para hacer una foto de sus anversos.  Solo había llegado a verlos en los cortos intervalos que permiten sus vuelos rítmicos o, como mucho, adivinarlos por las transparencias de sus alas, cuando posan con ellas apretadas y juntas, como mostraban las fotos de la entrada que titulé «Piquitos». Pero hace pocos días, en una pequeña hondonada tapizada de flores de Trachelium caeruleum, revoloteaban varias mariposas, destacando la escena de las protagonistas de esta entrada, una pareja  de Gonepteryx cleopatra (Linnaeus, 1767) que,  salvo en las palabras, nada tenía que envidiar a Don Juan y Doña Inés en la escena del sofá que, de forma imborrable, escribió Don José Zorrilla.

      … inflamando en su interior,  un fuego germinador  no encendido todavía…  

Según dicen los especialistas en estos temas, parece que todo un proceso de comunicación y atracción se inicia por la acción de unas moléculas a las que llaman feromonas; simple de decir, pero difícil imaginar cómo la naturaleza ha sido capaz de evolucionar para sintetizar esos compuestos y desatar la acción combinada, el efecto que provocan esos “filtros de amor” en el comportamiento de las parejas.

… un misterioso amuleto, que a vos me atrae en secreto, como irresistible imán…

Si es cierta la fuerza, el poder irresistible de ese imán químico, ¿dónde y cómo se arranca ese impulso imparable del que tanto se ha hablado y se seguirá hablando?.  Da igual: con química o sin ella, desde que el mundo es mundo, se han perdido las cabezas y el control, porque como decía Doña Inés

… Tu presencia me enajena,  tus palabras me alucinan, y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena…

 Y los bishos todos, como estas espectaculares mariposas, seguirán con ese impulso loco porque, para todos ellos en algún momento,  seguirá siendo cierto lo que decía Don Juan

¿no es cierto, hermosa mía, que están respirando amor?

Las protagonistas de esta entrada, pocos segundos después se fueron juntas para, finalmente, juntarse en un lugar cerca de Málaga, pero lejos del alcance de la óptica de fotógrafos indiscretos que, posiblemente, las importunaban en su mágico revoloteo respirando amor

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Pequeña ninfa de cuerpo rojo

Posted by Pele Camacho en 4 julio, 2011

Algo parecido al título de esta entrada podría ser la traducción de Pyrrhosoma nymphula (Sulzer, 1776), posiblemente, uno de los primeros nombres que, utilizando el sistema binomial de Carl Linnaeus, acudió a dioses y semidioses famosos de la mitología griega para denominar con ellos a libélulas y otros semovientes, pues Johann Heinrich Sulzer (1735-1813), contemporáneo de Linnaeus,  fue un entomólogo suizo que adoptó el sistema binomial en dos libros que escribió sobre insectos, dándole el visto bueno al sistema y el paso a la fama futura a Linnaeus, por haber ideado un sistema para nombrar a toda clase de bishos y yerbas.

Nymphulo, aburrido sin nymphula,  posando sobre unas yerbas en el borde de un arroyo

Nymphula es una especie de diminutivo cariñoso que Sulzer empleó para denominar binomialmente a unos simpáticos bichejos que debieron recordarle a aquellas diosas menores, las ninfas, que en la imaginación de los antiguos griegos, alegraban la naturaleza con sus danzas, sus cantos y otros encantos; la imaginación de artistas, escritores y, por lo que parece, también la de entomólogos, se desbordó especialmente con ellas y, desde tiempos remotos, las ninfas han sido imágenes de la belleza y la sensualidad. Todo un honor para la Pyrrhosoma nymphula haber sido etiquetada con ese nombre.

  Por una mirada, un mundo…

En el campo, cerca de los arroyos por donde merodean, es fácil confundirlas con la Ceriagrion tenellum de la entrada anterior: las dos se suelen ver por las mismas fechas y los mismos sitios, ambas son rojillas y casi de igual tamaño -algo más grandecitas y agresivas las Pyrrhosomas –literalmente, cuerpo rojo- pero cuando se las enfoca con el macro enseguida se aprecian los identificadores de las Pyrrhosomas: los anillos negros que separan los segmentos del abdomen y las marcas en los segmentos finales de los machos;  en las hembras destaca la mirada enigmática de sus ojos rayados con líneas contrastadas, que también tienen los ojos de los machos, pero no tan llamativos como en las hembras.

  Por una sonrisa,  un cielo…  (Gustavo Adolfo Becquer)

Como los rojillos de la entrada anterior, se lo pasaban pipa mientras confundían al fotógrafo frente al fondo pardo de un arroyo, un día del último fin de semana de Junio, cerca de Despeñaperros, en Santa Elena, Jaén.

Y mientras tanto, también, los pobres griegos contemporáneos nuestros lo pasan mal, posiblemente, por olvidar algunos personajes de su mitología y algunas enseñanzas de sus antiguos filósofos… ojalá salgan pronto del arroyo donde están o los han metido, echando una imaginación como la que echaron sus antepasados con los mitos…  ¡Suerte, griegos!

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