Hace unos días intenté ver de nuevo las eclosiones de ninfas que presencié hace unos años, pero llegué unos días tarde y solo conseguí ver unos cuantos machitos jóvenes de Orthetrum cancellatum (Linnaeus, 1758), retozones ellos y rebosantes de la energía primaveral típica de estos ejemplares. Conté, quizás, con unas hormigas como aliadas para poder hacer la foto de uno de aquellos machos jovencitos, distraído -aparentemente- con el displicente bulle-bulle de unas hormigas que parecían ignorar el peligro potencial de las mandíbulas amenazadoras o, tal vez, conscientes de que su ácido fórmico no las hace formar parte de una dieta fácil para los odonatos.
Machito joven de Orthetrum cancellatum, aún con trozos amarillos de cutícula sin pruína.
Apenas había media docena de jovencitos en la charca y, de vez en cuando, aparecía un Anax imperator patrullante que espantaba cualquier posible individuo en actitud o intención de descanso: aquello era como una exhibición de vuelo acrobático y un buen momento para practicar la fotografía de libes en vuelo.
Instinto de protección: la reacción frecuente al detectar a un fotógrafo
Así las criaturas y circunstancias, poco después volvía con más despecho que fotos y pensando en donde recalar para compensar los intentos fallidos. Y entonces apareció ella, una hermosa “serrana” que me hizo recordar unos versos que inmortalizaron otros intentos fallidos, pero de amores no correspondidos.
Hembra jovencita de Orthetrum cancellatum: alas impecables y cuerpo aún esbelto
Creo que recuerdo desde la primera vez que los leí aquellos versos de “Moça tan fermosa…”, una de esas poesías medievales conocidas como “serranillas”, diminutivo en honor de unas “serranas” que debieron ser, más bien, unas “moçarronas”, dicho en aumentativo macarrónico para describir algo mejor a unas señoras -supuestamente- “de pelo en pecho” o “de armas tomar”, “dispuestas a todo” para poder cumplir con sus tareas de cobradoras del peaje -dicho en términos modernos- que se estilaba en aquellas vías o senderos que atravesaban las sierras medievales de nuestra geografía. Una de aquellas vías fue la “del Calatraveño a Santa María”, que aún andan los investigadores elucubrando por dónde pasaba, famosa desde que el Marqués de Santillana hiciera referencia a ella y a sus cuitas con la “fermosa de la Finojosa”… ¿recuerdan vuesas mercedes?
Moça tan fermosa
non vi en la frontera,
com´una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vençido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa…
una rima sencilla y rítmica, como escrita con vaivenes a lomos de un caballo cansado ya de la agotadora vía fragosa…
Una serena “serrana”, posando como una fermosa dama
El camino “do vi a la fermosa” era un carril serrano que, si no llegaba a la categoría de “tierra fragosa”, no carecía de pedruscos y matojos para andar con tiento y no doblar tobillos. Pero la “serrana”, hermosota y tranquila, posó en plan vedette, como si quisiera detenerme y cobrar el peaje de aquel carril.
Bien como riendo, dixo: «Bien vengades; que ya bien entiendo lo que demandades…” Marqués de Santillana
Fueron las fotos de un buen día de safari fotográfico, fundamentalmente, por la cooperación de la “serrana”. Sin embargo, al Marqués de Santillana parece que no le cuajó tan bien, si fue firme aquello de “… non es deseosa de amar, nin lo espera, aquessa vaquera de la Finojosa”, con que terminó la “serranilla”.