Sorpresas y paisajes

Fotografías de lo que veo por esos campos…

Archive for diciembre 2010

Felicidades

Posted by Pele Camacho en 20 diciembre, 2010

Alguna vez me he preguntado qué sentimientos pueden tener los “seres inferiores”, etiquetados así sin establecer dónde están los difusos límites que separan a superiores de inferiores; pues sabido es, por ejemplo, que hay algunos “seres superiores” que recuerdan a las “fieras”, aunque no tengan las fuerzas y potencias de algunas de ellas, afortunadamente para el planeta.  Para los homosapiens de la especie tan variopinta a la que pertenecemos, la superioridad se fundamenta en la capacidad de inteligencia, lo que lleva a algunos de ellos a creerse con derecho a decidir cómo y cuándo imponerse al resto con actos que, en muchos casos, permiten concluir que en tales «seres» la inteligencia solo es el supuesto de una capacidad pendiente de desarrollar, poco más que un conjunto de sentimientos e instintos.

Bajando a los niveles de algunos seres supuestamente inferiores, sorprende y emociona ver, por ejemplo, el comportamiento -casi cariño- de algunos perros con sus dueños, el complejo ritual del cortejo de algunas especies, la estructura social de ciertas colonias animales, la delicadeza y el esfuerzo que algunas criaturas -fieras incluidas- ponen en el cuidado de sus crías…, conductas, en fin, que suponen una mezcla de instintos -algo propio de animales- y, tal vez, de sentimientos -estados afectivos del ánimo, ánima, o alma- que algunas culturas y personas niegan a los seres inferiores.  Al observar los niveles de inteligencia que demuestran algunas especies, no es difícil aceptar que existan en ellos algún tipo de sentimientos, no solo corporales, sino también espirituales, como alegría, pena… y felicidad.

¿Y dónde residen los sentimientos? Algunas religiones y culturas dicen que es en el alma, la sustancia espiritual que potencia memoria, entendimiento y voluntad; pero si se desciende a consideraciones más materialistas o fisiológicas habrá que pensar en algún órgano o víscera, por ejemplo, el cerebro, ese gran desconocido del que se cuelgan tantas responsabilidades y desvaríos, aunque según las raíces culturales desde donde se mire este asunto, los sentimientos pueden estar en el corazón, el hígado, el vientre… a cual más antiestético, por maravilloso que pueda ser su funcionamiento, porque ya me dirán ustedes donde reside la belleza de un cerebro -de una sesada- por muy sesudo, inteligente y sensible que pueda ser su poseedor.  Desde un punto de vista afectivo “occidental”, parece que la víscera que tendría más votos sería el corazón, un órgano casi perfecto y admirable, el motor de la vida,  evidencia y soporte de los acelerones que los vivientes meten a sus existencias y símbolo de los sentimientos románticos que, hasta los más fieras, tienen alguna vez.  El corazón, desprovisto de las antiestéticas válvulas y tuberías que son su razón de ser, reducido al puro músculo cardíaco, es el icono que representa el sentimiento más noble, el amor, hasta incluso el divino,  aunque no sé si hay sentimientos divinos, dejando aparte los amores y odios de los dioses mitológicos.

Pareja de  Coenagrion scitulum (Rambur, 1842), en su típica pose de apareamiento acorazonado

Dejando aparte, también, los temas trascendentes y volviendo a nuestros admirados Odonatos, recordamos una de sus características más exclusivas: la forma peculiar -casi gimnástica- de sus apareamientos. Ninguna otra especie se acerca, ni de lejos, a esas posturas que la aprensión humana puede imaginar casi dolorosas, unas veces rápidas, otras menos, pero siempre muy precisas y con un toque romántico añadido por esa figura de corazón que sus cuerpos parecen dibujar en el aire…  ¿Serán esos “corazones” solo el resultado de un instinto, de una pura atracción por feromonas o puede haber como causa, también, algún mínimo de sentimiento, la búsqueda de algún tipo de “felicidad”?…  la felicidad es un concepto difícil de definir, una aspiración consciente e inconsciente para llegar a un estado de equilibrio u homeostasis -otro concepto difuso- un “estado de bienestar” con componentes físicos, culturales y psicológicos que varían, incluso, entre los individuos de nuestra especie, porque todos queremos ser felices, pero de distinta forma.

Y como desear felicidades también da felicidad, por si alguien se siente feliz con los odonatos y sus simbologías, ahí va esa parejita, ese corazoncito, y unos versos musicales que me vienen a la memoria:

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel. (Joaquín Sabina,  “Noches de boda”)

Que seas feliz, en estos días y en los de 2011

Pero, por si acaso, no olvidéis la definición de Groucho Marx:
La felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…

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En espera… de la primavera

Posted by Pele Camacho en 9 diciembre, 2010

El género Aeshna (Fabricius, 1775) lo integran libélulas de tamaño grande, aunque algo más pequeñas que las del género Anax, sus hermanas mayores dentro de la familia Aeshnidae o de los ésnidos. No se sabe por qué Fabricius les puso ese nombre; algunos especialistas suponen y razonan que deriva del griego, para indicar una capacidad de volar sin cansancio aparente; otros dicen que el nombre original, antes de un supuesto error de imprenta,  fue Aeschna o Aechma, alfabetización de la palabra griega para “lanza” o “arpón”, alternativa etimológica que no me convence mucho.

Los angloparlantes las llaman Mosaic hawkers, porque tienen sus abdómenes cubiertos de manchas con patrones que se repiten, más o menos, a modo de teselas de mosaicos sobre fondos generalmente oscuros, y lo de “hawkers” por considerar que su vuelo es similar al de los halcones -los “hawks”-, que patrullean alto y de modo casi permanente, para buscar las presas que cazan al vuelo.  Aparte de sus puestas en zonas pantanosas y aguas salobres, raramente posan, y cuando lo hacen, en alguna rama que suele estar alta, quedan como suspendidas en posición vertical. No se lo ponen fácil a los fotógrafos, ni en tiempo ni en distancia.

El género Aeshna es amplio y sus especies tienen aspectos parecidos, pero hay diferencias significativas entre ellas, tanto en el tamaño como en la venación de las alas y, por supuesto, en las teselas de sus “mosaicos”.

Hembra adulta de Aeshna mixta, en su pose más típica sobre una rama

La Aeshna mixta (Latreille, 1805) es la más pequeña de la familia, aunque su tamaño sea algo más de 60mm. Lo de mixta le viene porque su aspecto es una mezcla de aquellos de las Aeshnas juncea y cyanea, sus «primas» peninsulares más conocidas. Uno de los rasgos identificadores más característicos de su “mosaico” es esa mancha amarilla que tiene en el dorso del segmento S2 de su abdomen, con forma de copa, de clavo, y para algunos anglosajones, de porra de un palo de golf que yo no identifico, porque ese es otro deporte británico al que nunca he jugado.

Las Aeshna mixta son de las especies europeas más extendidas geográficamente y, además, suelen hacer migraciones –Migrant hawker las llaman, también, por el norte-  que permiten observar su presencia en el sur peninsular hasta avanzado el mes de Noviembre, no solo en las zonas boscosas de los montes donde suelen veranear y ocultarse en los meses calurosos, sino incluso en ciudad, a donde parece que vienen a resguardarse de las frías temperaturas de la montaña, y así las he visto volar entre los coches, pululando como perdidas, despistadas, sin rumbo y en dirección prohibida.

Ésta fue la última que he visto en este año, porque ellas son de las que cierran la temporada libelulera por estas latitudes, de las últimas, de las que “apagan la luz”, de las que parecen decirnos que perseveremos, como dijo Machado,  en  «… espera … hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.

Por el PN Montes de Málaga, el 13 de Noviembre de 2010 pululaban ella y otra amiga suya, con escasa compañía de alguna mariposilla tan perdida como ellas.

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