Alguna vez me he preguntado qué sentimientos pueden tener los “seres inferiores”, etiquetados así sin establecer dónde están los difusos límites que separan a superiores de inferiores; pues sabido es, por ejemplo, que hay algunos “seres superiores” que recuerdan a las “fieras”, aunque no tengan las fuerzas y potencias de algunas de ellas, afortunadamente para el planeta. Para los homosapiens de la especie tan variopinta a la que pertenecemos, la superioridad se fundamenta en la capacidad de inteligencia, lo que lleva a algunos de ellos a creerse con derecho a decidir cómo y cuándo imponerse al resto con actos que, en muchos casos, permiten concluir que en tales «seres» la inteligencia solo es el supuesto de una capacidad pendiente de desarrollar, poco más que un conjunto de sentimientos e instintos.
Bajando a los niveles de algunos seres supuestamente inferiores, sorprende y emociona ver, por ejemplo, el comportamiento -casi cariño- de algunos perros con sus dueños, el complejo ritual del cortejo de algunas especies, la estructura social de ciertas colonias animales, la delicadeza y el esfuerzo que algunas criaturas -fieras incluidas- ponen en el cuidado de sus crías…, conductas, en fin, que suponen una mezcla de instintos -algo propio de animales- y, tal vez, de sentimientos -estados afectivos del ánimo, ánima, o alma- que algunas culturas y personas niegan a los seres inferiores. Al observar los niveles de inteligencia que demuestran algunas especies, no es difícil aceptar que existan en ellos algún tipo de sentimientos, no solo corporales, sino también espirituales, como alegría, pena… y felicidad.
¿Y dónde residen los sentimientos? Algunas religiones y culturas dicen que es en el alma, la sustancia espiritual que potencia memoria, entendimiento y voluntad; pero si se desciende a consideraciones más materialistas o fisiológicas habrá que pensar en algún órgano o víscera, por ejemplo, el cerebro, ese gran desconocido del que se cuelgan tantas responsabilidades y desvaríos, aunque según las raíces culturales desde donde se mire este asunto, los sentimientos pueden estar en el corazón, el hígado, el vientre… a cual más antiestético, por maravilloso que pueda ser su funcionamiento, porque ya me dirán ustedes donde reside la belleza de un cerebro -de una sesada- por muy sesudo, inteligente y sensible que pueda ser su poseedor. Desde un punto de vista afectivo “occidental”, parece que la víscera que tendría más votos sería el corazón, un órgano casi perfecto y admirable, el motor de la vida, evidencia y soporte de los acelerones que los vivientes meten a sus existencias y símbolo de los sentimientos románticos que, hasta los más fieras, tienen alguna vez. El corazón, desprovisto de las antiestéticas válvulas y tuberías que son su razón de ser, reducido al puro músculo cardíaco, es el icono que representa el sentimiento más noble, el amor, hasta incluso el divino, aunque no sé si hay sentimientos divinos, dejando aparte los amores y odios de los dioses mitológicos.
Pareja de Coenagrion scitulum (Rambur, 1842), en su típica pose de apareamiento acorazonado
Dejando aparte, también, los temas trascendentes y volviendo a nuestros admirados Odonatos, recordamos una de sus características más exclusivas: la forma peculiar -casi gimnástica- de sus apareamientos. Ninguna otra especie se acerca, ni de lejos, a esas posturas que la aprensión humana puede imaginar casi dolorosas, unas veces rápidas, otras menos, pero siempre muy precisas y con un toque romántico añadido por esa figura de corazón que sus cuerpos parecen dibujar en el aire… ¿Serán esos “corazones” solo el resultado de un instinto, de una pura atracción por feromonas o puede haber como causa, también, algún mínimo de sentimiento, la búsqueda de algún tipo de “felicidad”?… la felicidad es un concepto difícil de definir, una aspiración consciente e inconsciente para llegar a un estado de equilibrio u homeostasis -otro concepto difuso- un “estado de bienestar” con componentes físicos, culturales y psicológicos que varían, incluso, entre los individuos de nuestra especie, porque todos queremos ser felices, pero de distinta forma.
Y como desear felicidades también da felicidad, por si alguien se siente feliz con los odonatos y sus simbologías, ahí va esa parejita, ese corazoncito, y unos versos musicales que me vienen a la memoria:
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel. (Joaquín Sabina, “Noches de boda”)
Que seas feliz, en estos días y en los de 2011
Pero, por si acaso, no olvidéis la definición de Groucho Marx:
La felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…