«… aunque muera el verano y tenga prisa el invierno,
la primavera sabe que la espero en Madrid…»
Algo así podrían cantar también las Vanessa atalanta (Linnaeus, 1758), unas de las pocas criaturas que vuelan por aquí en estos meses fríos, como si estuvieran esperando tiempos mejores para volver a veranear en esas tierras nórdicas de donde, no hace mucho, vinieron a Madrid y más abajo.
Vanessa atalanta (Linnaeus, 1758), calentándose al solecito malagueño de finales de Noviembre
(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)
Allá por Septiembre de 1998, estudiosos de esas corrientes migratorias tan difíciles de entender, detectaron que centenares de miles de Vanessa atalanta volaban desde las costas de Finlandia hacia el sur, aprovechando altas corrientes de aires fríos, tan altas que no se apreciaban a simple vista, pero sí por radares meteorológicos capaces de detectarlas y esperar la repetición de ese tipo de movimientos en años posteriores para confirmar tales escapadas. Hasta no hace mucho se creyó que solo la Danaus plexippus -la mariposa Monarca- era capaz de semejantes viajes; ahora se sabe que la Vanessa atalanta también los hace: después de la primavera, huyendo de las calores del estío sureño, se desplazan hacia el norte, y al comienzo del otoño las jóvenes atalantas que nacieron allí arriba vuelven a estos pagos donde el clima invernal les resulta más tolerable. El viaje desde las costas bálticas hasta las mediterráneas -unos 3000 kilómetros- viene a durar unas cinco semanas, según se deduce de las observaciones que también se han hecho por aquí de las masivas llegadas otoñales de estas intrépidas voladoras.
Descanso en un brote de encina, con alas casi enteras después de volar 3000 Km.
La estrategia de las Vanessa atalanta parece que consiste en ovipositar después de su llegada otoñal; así, mientras los adultos hibernan, el ciclo reproductivo continúa y las nuevas generaciones se desarrollan cuando sus plantas nutricias -las ortigas- empiezan a crecer. El viaje de vuelta es alrededor de Mayo, para llegar al norte cuando las ortigas bálticas empiezan a brotar y las de aquí a secarse; más allá de esto, casi todo es un misterio por descubrir: cómo se orientan en sus migraciones, cómo buscan los vientos altos, su comportamiento migratorio…
Descanso en unas hojas de lentisco, donde suelen libar en el otoño
Y ahora que apenas hay flores… ¿qué liban las Vanessas atalantas? Pues lo que pillan, y no parecen disgustarles los sabores fuertes, porque se ve que les atrae la savia de algunos árboles y arbustos, como los lentiscos, que en estos meses otoñales suelen chorrear por su corteza una especie de espuma blanquecina que, entre otras delicias, contiene una resina aromática y de sabor fuerte llamada almáciga, parecida a la pegajosa resina de algunos pinos. También se las ve apurando «lo que haya» en cualquier grieta de las ramas: deben tener buen estómago…
Pero, además de las canciones de Joaquín -un jaenero que ha cantado mucho a Madrid- hay más cosas en la villa recordando a las atalantas. El ”mito de Atalanta” que les dio nombre, uno de los más bellos de la mitología griega, tiene en su trama la famosa carrera que Hipomenes ganó con el truco de las tres naranjas de oro que fue dejando caer, para ganar con astucia lo que no podía ganar en velocidad.
«Atalanta e Hipomenes«, de Guido Reni, en el Museo del Prado – Madrid
En el Museo del Prado se pueden admirar las luces y las sombras del cuadro “Atalanta e Hipomenes”, de Guido Reni, una maravilla que durante muchos años estuvo oculta porque la “autoridad competente” de aquel entonces la consideró pecaminosa, hasta que en 1963, casi ayer, se permitió mostrarlo a millones de ojos pecadores. La belleza y dinamismo de la escena hacen honor al mito y a sus protagonistas.
Atalanta, Hipomenes y la Señá Cibeles
Aunque el cuadro de Reni solo representa la parte central del mito, a poco más de 500 metros hacia el norte se encuentra el epílogo de aquel par de “pecadores” mitológicos, metamorfoseados por los dioses en una pareja de leones que, uncidos castamente para siempre al carro de la Señá Cibeles, allí siguen condenados a soportar a la afición de la blanca y de la roja en sus celebraciones. Y como en las migraciones, si en vez de ir hacia el norte se va hacia el sur, a unos 500 metros más abajo puede uno bajarse como dice Joaquín …
«… a mitad de camino entre el infierno y el cielo,
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid…»
(«Yo me bajo en Atocha», de Joaquín Sabina)