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Felicidades con agallas

Posted by Pele Camacho en 15 diciembre, 2011

¡Felicidades!, lectoras y lectores de estas páginas, amigas y amigos de los bishos multicolores y de sus entornos… ¡Felicidades! en estos días finales de 2011, con el deseo de un 2012 mucho mejor que el 2011, aunque  persistan plagas y parásitos que puedan incordiar…

Estaba pensando en cómo felicitar, sin Chrismas, Papás Noeles o Santas Klaus de otras culturas, ni tampoco nacimientos con figuritas de barro y raíces locales, porque en ninguno de ellos veo sustancia de la naturaleza que asoma en este blog. Solo quedaba un arbolito -virtual, claro- donde pudiera colgar algo de bishos, con aspecto alegórico de lo que cuelga de esos abetos sintéticos -o naturales, que es peor- que se suelen levantar por doquier en estas fechas. Y así, pensando en arbolitos y en los colores rojos que se estilan estos días, me acordé de algo natural que siempre me impresionó: las agallas, pero ¿qué agallas?, porque el diccionario de la RAE contiene 11 acepciones diferentes para esa palabra… pues las que tienen algo que ver con bishos pequeños, las agallas o cecidias que algunos insectos provocan en ciertos árboles y arbustos: el arbolito virtual tendrá algunas bolitas naturales, más o menos rojas, y también, una especie de “espumillón”, echando algo de imaginación al asunto.

Para los que observamos la naturaleza como aficionados, las agallas son algo fascinante y enigmático donde se muestra una reacción violenta de un vegetal que, agredido por un animal, responde con una defensa que resulta defender, también, el interés del animal. Como en tantos otros casos, cuando hay excesos alguien o algo sale perdiendo, y en el caso de las agallas, los excesos pueden suponer la existencia de una plaga de bishos que dañe a una especie vegetal. No está claro el proceso biológico que desencadena la formación de muchas agallas, estructuras vegetales “anormales” y variables, pero inducidas, en muchos casos, por la picadura de un insecto que deposita o inyecta en el vegetal los huevecillos de los que saldrán los individuos de la siguiente generación; es como una especie de “embarazo de invertebrados” dentro del vegetal que contiene en su seno -en la agalla- alguna o algunas de las fases de la metamorfosis del insecto que terminará emergiendo de ella… ¿cuándo?,  pues como dijo el insigne Don Miguel, por boca de «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha»:

Los sucesos lo dirán Sancho -respondió Don Quijote- ; que el tiempo, descubridor de todas las cosas no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra” ( Cap. XXV, 2ª Parte)

(Frase aplicable tanto a las agallas como a ciertos homosapiens, organizaciones y plagas por ellos creadas. Pero esas son otras historias…)

Agalla de Andricus quercustozae en una rama de quejigo Quercus faginea

(Picar en las imágenes para verlas con más resolución)

La agalla más popular es, quizás, la del quejigo Quercus faginea, que empieza como una bola verde con vetas rojas y una textura interna esponjosa y blanca que recuerda a las «nubes» o “marshmallows”. Después se vuelve rojiza y termina siendo una bola liviana de color marrón y engañosa apariencia de fruta de otoño medio seca, con textura maciza y porosa, agujereada con cámaras y conductos donde evolucionan los Andricus quercustozae, (Bosc, 1792), pequeños himenópteros que saldrán de ellas para originar la siguiente generación de agallas.

Agallas de Plagiotrochus quercusilicis (Fabricius, 1798) en hojas de coscoja Quercus coccifera

Con tantas posibles parejas de animal y vegetal, parece obvio que haya cientos de agallas y que sea relativamente fácil encontrar agallas rojas para el arbolito, como las que destacan entre el verde claro de las hojas de coscojas Quercus coccifera que empiezan a dar color a la primavera, allá por el mes de Abril.  El Plagiotrochus quercusilicis (Fabricius, 1798) que provoca estas agallas o cecidias es otro diminuto himenóptero, y su efecto en las hojas es una hipertrofia que las recubre casi al completo, convirtiéndolas en espectaculares abombamientos rojos en los que solo sobresalen las espinas perimetrales de las que iban a ser hojas.

Agalla  fusifex de Plagiotrochus quercusilicis (Fabricius, 1798) en amentos de coscoja Quercus coccifera

El mismo himenóptero puede ovipositar en los amentos o inflorescencias masculinas de la coscoja que, al tener texturas y formas muy diferentes de las hojas, producen unas agallas alargadas, también rojas, en las que asoman las puntas secas de las inflorescencias que quedan absorbidas en la cecidia, en una variedad denominada fusifex, por su aspecto fusiforme.

Agalla  de Synophrus politus (Hartig, 1843) junto a una bellota de alcornoque Quercus suber

A pesar de su aspecto áspero y monumental, el alcornoque Quercus suber de nuestros bosques también está sujeto a los picotazos de otro minúsculo bichejo, el Synophrus politus (Hartig, 1843), otro himenóptero que termina provocando en sus ramas tiernas unas hermosas agallas esféricas de las que emergen como pueden las ramitas que soportaron el picotazo.

Corte de la agalla anterior, mostrando la larva de Synophrus politus 

Por aquello de “a tal señor, tal honor”, en el alcornoque donde vi la primera agalla encontré otras cuantas más, y me animé a realizar la “cirugía vegetal” que mostrara lo que había dentro de una de ellas. Tiré de bisturí y ¡qué sorpresa!: lo que parecía que pudiera ser una esfera blanda y porosa como las agallas del quejigo Quercus faginea, tenía una corteza de apenas un par de milímetros que envolvía una esfera de dura madera de alcornoque, que me costó un buen rato ir cortando poco a poco -casi tres centímetros de diámetro- para llegar a su centro y encontrar allí la cámara donde crecía la larva, que se agitaba inquieta al recibir impactos de luz y aire para los que no estaba preparada.

Agalla  de Diplolepis rosae (Linnaeus, 1758)  en tallo de rosal silvestre Rosa canina

Y para poner un poco de “espumillón” en el arbolito, terminaré con unas agallas de rosal silvestre Rosa canina,  provocada por otro pequeño himenóptero de apenas 5mm de longitud, el Diplolepis rosae (Linnaeus, 1758), difícil de ver y aún más de fotografiar en vivo, a menos que se le espere hasta que “el tiempo… la saque a la luz del sol…”. Este espumillón es una especie de bola de hebras enredadas, con colores del rojo al amarillo y aspecto pinchoso, como si llevara la firma del rosal, recubriendo una bola maciza de pocos centímetros que contiene un conjunto de cámaras donde se desarrollan las larvas de una pequeña avispa, de abdomen rojo y tórax negro, que solo he visto en la interné.

Agalla de Diplolepis rosae (Linnaeus, 1758)  en hojas de rosal silvestre Rosa canina

Podía haber partido la agalla, pero… ¿para qué? ¿para ver un gusanito, hacerle una foto y dejarlo allí tirado…?.  Aquel día no tenía ese instinto y me limité a hacerle una serie de fotos sin miedo a que ningún bisho se fuera volando. Me dio pena cargarme el espumillón y, de paso, también algunos posibles espumillones del año que viene; no creo que sean plaga y prefiero dejar abierta la opción de verlos de nuevo allá por Agosto, que fue cuando vi a éstos. Que ustedes también puedan verlos, que se vean libres de plagas en el 2012  y que  sean muy felices.

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